Mezclado entre corredores experimentados y novatos, preparado para lo que su madre había planeado como una jornada participativa y tranquila en la carrera 10k de Concepción, estaba Alejo Orellana Casmuz, un niño de tan solo ocho años. Y lo que sucedió superó cualquier expectativa. Ese día, Alejo no solo cruzó una meta: conquistó corazones y demostró que los sueños no tienen edad.

Luciana, su mamá, se había preparado para participar en la categoría 3k, una meta personal que le permite disfrutar del deporte en compañía de su hijo. Era una actividad pensada para compartir y divertirse. Y Alejo, quien la acompaña a todas partes, no podía faltar.

“Él está todo el día conmigo, va a todos los lugares que yo voy siempre. Por eso lo anoté en la categoría participativa de 3 kilómetros, para que me acompañe jugando, caminando,” contó Luciana, recordando la intención inicial de la jornada.

Desde muy pequeño, Alejo mostró una inclinación natural por el deporte. A su corta edad, ya lleva una rutina activa que incluye fútbol, clases de inglés y hasta sesiones de crossfit. Todo lo vive con pasión y disciplina, algo que claramente heredó de su madre. Pero ese día en Concepción, Alejo sintió una energía diferente. El ambiente de la competencia y la determinación de los corredores encendieron en él una chispa que no pudo ignorar.

La carrera comenzó de manera normal. Luciana completó su circuito de 3 kilómetros, pero al llegar al punto de encuentro se dio cuenta de que Alejo no estaba. La angustia la invadió de inmediato. “Cuando terminé mi carrera y regresé al punto de encuentro me dijeron que Alejo no estaba. Me preocupé muchísimo. Me acerqué a la organización y les expliqué que había un niño de ocho años que anda perdido. Para mí estaba en cualquier parte de la ciudad”, relató Luciana con la voz aún cargada de emoción al recordar ese momento.

ALEGRÍA. Alejo y su mamá Luciana posaron sonrientes una vez finalizada la prueba.

Mientras su madre recorría desesperada el área, Alejo avanzaba. Con cada paso, se repetía a sí mismo que podía lograrlo. Sin mapas ni guías, el pequeño corredor seguía el ritmo de los atletas motivado por una fuerza interna que sólo él entendía.

“No estaba perdido, seguí corriendo porque sentía que podía. En mi cabeza me decía a mí mismo: ‘¡Vamos, Alejo! No pares, no te rindas’”, explicó el niño con una enorme sonrisa.

Los minutos pasaban y la incertidumbre crecía, pero entonces ocurrió lo inesperado. Entre los primeros corredores en cruzar la meta de los 8 kilómetros apareció Alejo. Su figura, pequeña pero decidida, dejó a todos boquiabiertos. Había completado el circuito en tan solo 38 minutos y 3 segundos, un tiempo impresionante para cualquier corredor, más aún para alguien de su edad.

“Cuando lo vi llegar en sexto lugar no lo podía creer. ¡Era Alejo! Había completado 8 kilómetros en un tiempo impresionante. Salté de felicidad, lloré. Fue hermoso verlo cruzar la meta”, recordó Luciana aún emocionada.

Alejo, agotado pero feliz, buscó a su madre entre la multitud y ahí estaba ella esperándolo con los brazos abiertos. “Lloré de felicidad. Mi mamá también estaba llorando. Me decía que estaba muy orgullosa de mí”, contó Alejo con una mezcla de orgullo y timidez.

El momento del reencuentro fue conmovedor. En ese abrazo se concentraron el esfuerzo de Alejo, la preocupación de Luciana y la magia de una hazaña que ninguno de los dos olvidará. “No podía parar de abrazarlo. Había estado tan preocupada, y verlo llegar así, tan lleno de emoción, fue indescriptible. Me di cuenta de que mi hijo es más fuerte de lo que imaginaba”, confesó Luciana entre lágrimas.

Alejo Orellana Casmuz quiere seguir corriendo y rompiendo récords

Para Alejo este logro no es un final, sino el inicio de algo más grande. Su experiencia en Concepción le dio confianza y lo llenó de motivación para futuras competencias. “Me gustó correr. Es mi primera carrera, pero quiero hacer más. Ya estoy anotado para los 5 kilómetros y algún día quiero llegar a los 20”, afirmó con la misma determinación que lo llevó a cruzar la meta entre los primeros.

Con un ritmo promedio de 4’ 45”/km, Alejo demostró que no hay edad para superar límites. Su historia no sólo conmovió a los presentes, sino que inspiró a muchos otros a creer en sí mismos. Así, en una mañana que parecía cualquiera, este pequeño corredor dejó una huella gigante. Su valentía y su amor por el deporte marcaron un recuerdo imborrable, un capítulo especial que él y su madre atesorarán por siempre.